Begoña Llovet Barquero, directora de TANDEM, ha sido la ganadora del premio intercentros de Ensayo de los colegios Gredos San Diego. Estos prestigiosos colegios, que se organizan en forma de cooperativa, han convocado por primera vez este año un Premio de Ensayo. Este año el tema era la importancia de las Humanidades en la Educación.

A continuación pueden leer el Ensayo de Begoña Llovet:

El prestigio de las Humanidades

Los valores subyacen a todas las actividades humanas. Son los valores los que conforman las características de la vida social y de las relaciones humanas. Surgen de lo más enraizado de nuestra cultura y se van modelando con el paso del tiempo y con las experiencias. Se transmiten cada día, hasta en los más pequeños gestos de la vida familiar, profesional y académica. Los comportamientos de los padres en diferentes situaciones, la didáctica que se sigue en las clases, la calidad de las relaciones entre colegas, todo ello son espejos en los que se reflejan los valores. Y como dice Savater: “Ningún maestro puede ser verdaderamente neutral, es decir, escrupulosamente indiferente ante las diversas alternativas que se ofrecen a su discípulo (…) De modo que la cuestión educativa no es ‘neutralidad-partidismo’, sino establecer qué partido vamos a tomar”.

He querido comenzar con esta breve reflexión sobre los valores porque es el afán de contribuir a una sociedad progresista basada en los valores de la justicia y la pluralidad el que me impulsa a fomentar el estudio de las humanidades en las instituciones educativas. Y no es que piense que las asignaturas científicas nos “humanicen” menos que las asignaturas humanísticas. En realidad, la división entre ambas es algo relativamente reciente en nuestra historia cultural. Si volvemos a un concepto griego de la enseñanza, descubrimos que, antes de la llegada de los fanatismos, en las escuelas convivía el saber científico con el saber artístico y literario de forma armoniosa, en un mundo de gran vitalidad intelectual, tal y como se ve reflejado en la película Ágora, de Amenábar. Como educadora, lo que defiendo más bien es replantear el modo en el que se dan las clases y lo que entendemos por educación. En una visión holística de la enseñanza no se trata tanto de discutir acerca de “qué” enseñamos, sino de “cómo” lo enseñamos. La educación habla al alumno en su totalidad, conecta con su mundo intelectual y emocional, ve a cada alumno como un individuo con sus propios talentos, es consciente de que “aprender” es un proceso complejo en el que entran en juego multitud de factores. Más allá de todo esto, la clave está en los profesores, en el planteamiento íntimo que hacen de su labor, de su vocación, de su trabajo diario. ¿Cuáles son mis motivaciones? ¿Cómo desarrollo la empatía, cómo despierto el afán de conocimiento en mis estudiantes? ¿Cómo apoyo el desarrollo de la inteligencia emocional en mis clases? ¿Cómo creo un ambiente de respeto, de verdadera comunicación? ¿Cómo ayudo a los alumnos a ser ciudadanos comprometidos? Traslado esas preguntas a los padres y a las madres: ¿cómo fomentamos el humanismo dentro de las rutinas familiares y de las vivencias con nuestros hijos y qué tipo de valores les transmitimos con nuestras actitudes y nuestras palabras?

Volviendo la vista atrás, y recreándome en mi propia biografía de aprendizaje, recuerdo como momentos clave aquellos en los que me sorprendió la belleza de una poesía de Salinas, la originalidad de la poesía dadaísta o la lectura de Hermann Hesse, el desconcierto al tener que pensar en las cuestiones que planteaban filósofos como Nietzsche y Schopenhauer, o el placer de contemplar los cuadros de los impresionistas. También han dejado su impronta en mí el teorema de Pitágoras, la insondable dimensión del cosmos, la satisfacción de una ecuación resuelta, la teoría de la relatividad de Einstein y la vida animal y vegetal de nuestro planeta. En mi biografía de aprendizaje han quedado huellas, casi siempre propiciadas por profesores llenos de vocación y de entusiasmo, que han conformado mi mundo intelectual, pero también, y quiero insistir en ello, mi mundo emocional y mi sensibilidad. Cuando hablo de sensibilidad, me refiero al desarrollo de la quietud y la reflexión, de la compasión, del enfrentamiento crítico a lo que sucede a nuestro alrededor, del posicionamiento comprometido frente a las injusticias y a las desigualdades sociales, frente a la violencia, el racismo o el fanatismo. Hoy en día los valores se han independizado de las creencias, contribuyendo con ello al encuentro con nuestra más auténtica humanidad, y el objetivo de la enseñanza debe ser conseguir individuos auténticamente libres, personas plenas. El psicólogo Carl Rogers lo explica de manera muy clara: “Ese desarrollo de lo que ya hay en nosotros, ese despertar de lo que verdaderamente somos, solo puede llevarse a cabo en el ámbito de una enseñanza profundamente humanística, que se dirige al individuo en su totalidad, que integra el mundo emocional del alumno, las capacidades de los dos hemisferios cerebrales, y que fomenta nuestros talentos naturales”.

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Begoña Llovet Barquero, licenciada en Filología Alemana por la Universidad Complutense de Madrid. Fundadora y Directora de TANDEM, Escuela Internacional, centro de formación en idiomas. Máster en Programación Neurolingüística, especialista en Enseñanza Holística y en el método intercultural Tandem. Pionera en la introducción en España de la Sugestopedia y la Programación Neurolingüística aplicadas a la clase de español, lengua extranjera. Docente en programas universitarios: Universidad Complutense de Madrid (Máster de Enseñanza del Español como Lengua Extranjera), Universidad Internacional Menéndez Pelayo (Máster de la UIMP y el Instituto Cervantes). Formadora de profesores y autora de material didáctico. Madre de Giovanni y Manuel Forforelli Llovet, alumnos de Gredos San Diego Guadarrama.